Hay algo muy especial en aquellos discos que guardan escondido un significado que descubres tras escuchar varias veces sus canciones, en orden, y prestar atención a sus letras. El denominado «concepto». Pocos alcanzan en este proceso el ingenio de Confessions On A Dance Floor.
Publicado en 2005, y considerado desde entonces una de las obras maestras de Madonna y un punto de inflexión en la industria pop de esa década, Confessions no da cabida al descanso; tanto por su explosión sonora como por su contenido lírico. Las confesiones que la artista hace sobre el amor, el desamor, el sexo y el empoderamiento -a la luz de una bola de discoteca en una pista de baile- trascienden al plano social. No solo está hablando de ella y de su experiencia personal: hay un misterio pulsante escondido tras ese embalaje brillante.
Esa bola de discoteca es realmente el globo terráqueo, nuestro mundo. Y el dramatismo que rodea a nuestro planeta es el mismo que envuelve la producción de Confessions On A Dance Floor. Un ritmo encadenado que nunca finaliza, que nos envuelve en la rutina, al mismo tiempo que somos bombardeados por un sin fin de noticias desalentadoras. Sintetizadores ochenteros visten el misterio, pero también sugieren que algo está pasando: el mundo sigue girando mientras bailamos como uno en la pista de la disco.